La pandemia de COVID-19 ha hecho más que devastar las economías de América Latina; ha resaltado dos debilidades estructurales crónicas y generalizadas. Abordarlas debe ser un componente clave en los esfuerzos de recuperación de toda la región.
La recesión que enfrenta ahora América Latina como resultado de la pandemia de COVID-19 no es una recesión económica típica. Este año, la producción en la región será un 10% más baja de lo que se pronosticó a fines de 2019, el desempleo es de dos dígitos y casi 15 millones más de personas ahora tendrán que soportar la pobreza extrema. Dos décadas de progreso en la reducción de la pobreza y la desigualdad están en riesgo. Con el colapso de los niveles de vida, es probable que regrese la ola de malestar social experimentada antes de la pandemia.
Durante la fase inicial de la crisis del COVID-19, la mayoría de los gobiernos de la región hicieron de la preservación de vidas y medios de vida su principal prioridad. Invertieron recursos en el sector de la salud, proporcionaron subsidios a las empresas y proporcionaron a los hogares transferencias de efectivo de emergencia. Este fue el enfoque correcto, pero, a medida que las economías comenzaron a reabrirse gradualmente, se hizo necesario un cambio en las políticas. Pasar de la preservación económica a la recuperación trajó consigo nuevos desafíos.
La pandemia ha resaltado dos debilidades estructurales de larga data en América Latina. La primera son las deficiencias crónicas y generalizadas de la capacidad estatal. No fue solo la falta de recursos fiscales, sino también la falta de eficacia en la prestación de apoyo gubernamental, lo que provocó el fuerte aumento de la cifra de muertos por COVID-19 en toda la región. Incluso hoy, las clases y las actividades escolares siguen suspendidas en muchos países debido a problemas logísticos no resueltos. Es fácil imaginar lo que sucederá una vez que se disponga de una vacuna: América Latina estará rezagada en el desafío de vacunar a la población a un ritmo adecuado.
La segunda debilidad estructural es el mercado laboral dual típico de la región: una minoría de personas de adentro que trabajan en empleos asalariados estables con acceso a beneficios tradicionales (vacaciones pagadas, seguro de desempleo, indemnización por despido), y una mayoría de personas externas que trabajan en condiciones precarias, trabajos con salarios bajos y alta rotación. Durante los encierros, los de adentro disfrutaban de apoyo laboral y esquemas de licencia, mientras que los de afuera dependían completamente de las transferencias de efectivo de los gobiernos que los compensaban por una mera fracción de sus ingresos perdidos.
Esta crisis es la mayor oportunidad de la región en décadas para fortalecer la capacidad estatal y corregir la disfunción del mercado laboral. Pero los cambios necesarios son políticamente difíciles. El riesgo es que la región se mueva en la dirección opuesta, con una crisis fiscal que se avecina, una recuperación lenta y una destrucción permanente de “buenos” empleos que profundizaría el dualismo en el mercado laboral.
ARTÍCULO POR: MAURICIO CÁRDENAS, EDUARDO LEVY YEYATI, ANDRÉS VELASCO
FOTOGRAFÍA: MARTIN BERNETTI
EDICIÓN Y TRADUCCIÓN POR: ELIANA GONZÁLEZ
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